El fenómeno del maltrato laboral o mobbing arroja cifras alarmantes: más de 2,3 millones de personas en España sufren maltrato en el trabajo. El psicoterrorismo laboral es motivo de jornadas y congresos que pretenden aclarar e intercambiar todo tipo de aportaciones que están surgiendo sobre el tema.
Las estadísticas son aaterradoras y señalan la necesidad de considerarlo la plaga del siglo XXI. La mejora en la calidad de vida laboral depende de todos, y una buena forma de comenzar a erradicar esta “pandemia” es mediante el conocimiento y la sensibilización de la población para que denuncien estos abusos vengan de quien venga. Aun son pocos los países que han creado legislación al respecto, entre los cuales, por su puesto, no se esta España, mientras tanto, contra esta tiranía nos podemos defender desde, El derecho a la vida y a la integridad física y psíquica o moral de toda persona y, por tanto de las personas que trabajan, como se reconoce en el articulo 15 de la Constitucion Española. Ello se refleja también en los artículos 4.2d y 19.1 del Real Decreto Legislativo 1/1995 de 24 de Marzo por el que se aprueba el texto refundido de la Ley del Estatuto de los Trabajadores en el sentido que establece el derecho de todos los trabajadores a su integridad física y al respeto a la intimidad y a la consideración debida a su dignidad, también se manifiesta asi el articulo 14 de la Ley 31/1995 de Prevención de Riesgos Laborales, donde se establece el derecho de los trabajadores a una protección eficaz en materia de seguridad y salud en el trabajo. Protección que no se esta cumpliendo en el momento en que, conociendo estas posibilidades de que se produzcan fenómenos violentos, no se consideran y no se toman medidas contra sus consecuencias en el trabajador y, es obligación de los delegados de prevención y del comité de salud laboral de la empresa vigilar por el cumplimiento de los preceptos y derechos de los trabajadores en materia de salud laboral.
Es necesario y urgente legislar sobre el mobbing para que no se produzca la indefensión en la que puede verse el trabajador ante los acosadores por falta de regulación penal, es necesaria una ley que establezca las pautas de conductas que pueden ser susceptibles de penalización. En los países que no disfrutan de éstas leyes, el problema es más difícil de erradicar. El artículo 5 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice: "Nadie será sometido a tortura o a ningún tipo de trato o castigo que resulte cruel, inhumano o degradante" tenemos un punto de partida que puede servir de base para la creación de una conciencia creciente sobre la importancia del problema y la necesidad extrema de luchar contra él. Lo descrito puede servirnos de punto de apoyo a nivel de una defensa individual, como punto de partida para una protección con los mínimos exigibles, pero ello en si no garantiza que los hostigadores, los represores, los perseguidores van a pagar por sus actitudes y es necesario que lo mismo que metemos en la cárcel a los maltratadores por violencia de género, a los acosadores sexuales, a los pederastas, a los terroristas y asesinos, etc., también han de ir a la cárcel los que pretendan arruinar la vida laboral y por ende la personal (en ocasiones la vida física) a cualquier trabajador, porque son tan delincuentes como los anteriores.
En cualquier curso básico sobre psicología enseñan que se consigue más, mucho más, a través de la motivación que con la mano dura que es de lo que el agresor o agresores se valen para mantener ese estatus de poder sin más argumentos ni sentido para afianzar su posición de dominio. Esto en sí, demuestra la incapacidad de la “clase” dirigente empresarial que sufrimos en nuestro país y concretamente en nuestra empresa TUSSAM.
A propósito de todo esto me viene al recuerdo el cuento del elefante encadenado, se lo escuche al Doctor JORGE BUCAY en una ocasión, aquí os lo dejo, espero que os sirva para reflexionar:
Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente:
¿Qué lo mantiene entonces?
¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapa porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia:
–Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.
La estaca era ciertamente muy fuerte para él.
Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía...
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre– que NO PUEDE.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...
Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad... condicionados por el recuerdo de «no puedo»...
Tu única manera de saber si puedes, es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón...
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